lunes, 9 de febrero de 2009

Presentación de Francisco Otero de "El imperio desierto"

Mientras leemos la novela El Imperio desierto, publicada en el año 1992 y ahora reeditada, tenemos la sensación de que no ha sido erosionada por el paso de todos estos años. Porque es una novela que tiene como punto de partida los convulsos hechos ocurridos en el Sáhara occidental en los últimos años de la dictadura de Franco, y corría el serio riesgo de haber envejecido tras el inexorable y acelerado paso de la Historia.
La sociedad española, tras la muerte de Franco, se dispuso a olvidar la guerra civil, enterrar el pasado y las viejas heridas, aunque para ello tuviera que borrar cuarenta años de su historia. De todo esto es consciente el joven Ignacio Aguirre a su regreso de Londres, concluídos sus estudios de antropología, a un Madrid en el que “ el presente era un áspero campo de deportación “. En ese tiempo en el que los españoles comienzan a ejercitarse en la eliminación de la memoria histórica y algunos novelistas que habían estado ligados a los postulados marxistas abandonan la casa de la Historia y su compromiso con la realidad para buscar resguardo en su memoria, Aguirre acepta el encargo de escribir una historia del Sáhara y de sus habitantes y se traslada a África. La historia del pueblo saharaui estaba oculta bajo las arenas del desierto y apenas había sufrido alguna transformación en sus formas de vida desde el siglo XVIII.
El Imperio desierto es una novela de personajes singulares y de historias fascinantes. El protagonista sufre el proceso crítico de desposesión de las convicciones , valores y creencias que hasta entonces habían sustentado su vida y que algunas experiencias vitales intensas se encargan de transformar en la arena del desierto .
Alejado de todo neocostumbrismo, Ramón Mayrata levanta con el poder seductor de la imaginación una poderosa ficción que es una realidad autónoma. Aguirre que viaja al desierto para redactar una historia del Sáhara nos entrega una novela en la que palpita la vida en un lugar inhóspito y hostil, descubre fascinado una cultura única y desconocida y la dimensión humana se encarna en unos personajes inolvidables : Angelo Gatti , del que se comienza a hablar al inicio de la novela pero que, con una gradación muy sabia y llena de intriga por parte del autor, no aparece hasta la página 123 y que tanto para Aguirre como para los lectores es una sombra cada vez más alargada ; personaje con el que establecemos una relación casi física, le sentimos junto a nosotros y creemos que le podemos tocar si alargamos la mano, y que queda fijado en nuestra memoria de una manera indeleble en su gesto repetido e inolvidable de enjugarse el sudor de su cabeza monda y rojiza con su descomunal corbata de colores.
La doctora Koller, que lleva quince años en el desierto, desde que éste le reveló el sentimiento de la libertad y con él la explosión de sus emociones y sentimientos, sometidos hasta entonces por un frío racionalismo estéril. Para ella, el desierto significa la añoranza de la inocencia perdida y el abandono de la razón por los sentimientos.
Los saharauis Ma el Ainin, Buhe Yamadi y Mayahub son hombres de fe y de religión, mientras que Aguirre pertenece al mundo racionalista, aunque está seguro de muy pocas cosas y algunas de éstas están a punto de caer. Es un choque de mentalidades. “¿ Es posible mezclar la noche con el día ¿, le preguntan a Aguirre.
Para Mayahub sólo debe existir un libro, su libro sagrado; escribir otro libro sería usurpar la voluntad de Dios.
Hay un personaje muy importante en la trama de la novela que permanece ausente a lo largo de toda ella : Brahim Bassiri, fundador del primer partido político en el Sáhara. Aguirre sigue el rastro de este primer desaparecido político, que lo enfrenta a los métodos represivos del comandante García Ramos, amparado en la impunidad que le otorga la ley de secretos oficiales.
En el café Lyón de Madrid hay un friso de personajes imborrables: José María de Cossío, Antonio Díaz Cañabate y Domingo Ortega; la tertulia de los republicanos con “ la extravagante sensatez “ de Arturo Soria; el pulcro y menudo Antonio Espina que permanece fiel a su lema de “ mantenerse al margen “; el latinista D. Rafael Pérez Delgado….
Personajes reales y personajes de ficción se confunden entre las mesas del café. Para el buen lector tiene tanta realidad D. Ramón del Valle como D. Pío Caro Baroja.
Los militares, en su mayoría ciegos a los inevitables cambios políticos, aferrados a su visión colonialista y superior del territorio del Sáhara; algunos dominados por el miedo a lo desconocido, apelando al patriotismo y al honor. Sólo el coronel Fernández -.Hoz, partidario de otorgar la independencia al Sáhara, es capaz de presagiar con amargura el nuevo juego de estrategias del gobierno español que abandona el territorio en manos de Marruecos.
Hay personajes menores y episódicos con sus vidas minúsculas que el novelista trata con una fina penetración sicológica que los hace levantarse como personajes de cuerpo entero.
La historia principal es el descubrimiento del desierto y de las gentes que lo habitan, de los nómadas, de su forma de vida en un medio inaccesible y desconcertante por parte de Aguirre, y más tarde su implicación al lado de los saharauis en su lucha por su independencia. Pronto se da cuenta que es más urgente recoger los documentos, manuscritos y testimonios que ayuden a proclamar su independencia histórica ante el Tribunal Internacional de La Haya que el escribir la historia que le han encargado.
El descubrimiento de una cultura todavía virginal, con valiosos testimonios de la vida del nomadeo, que para sus dueños encierran la memoria ancestral de su pueblo y preservan una dimensión de lo sagrado, es lo que abre el corazón y la mente de Ignacio Aguirre.
La sensación de vacío, desnudez, ausencia, silencio, luminosidad y dureza golpean el rostro de Aguirre : “.Un paisaje obsesivo, sobrecogedor “. El desierto es uno de esos lugares en los que la geografía provoca la historia, un espacio sobre el que se desarrolla la escritura de las vidas de los saharauis, que se revelan más fuertes que su destino.
Cuando Aguirre, que se juega la vida en su búsqueda de Bassiri, trata de esclarecer su misteriosa desaparición , la narración adquiere un tono de intriga cercano al de la novela negra que atrapa nuestra atención. Percibe que el rumbo que ha dado a su vida en el desierto le ha transformado : “ siento que todas las creencias se deshacen entre mis manos “; en ese sentido es una novela de pérdidas, de evolución y de maduración de la personalidad del protagonista, de descubrimiento de sí mismo en unas condiciones de vida extremas y de experiencias que le ponen a prueba, la tortura y la prisión; de elección de su vida y de su destino junto a los saharauis.
Para Ramón Mayrata toda novela encierra una historia de amor, y El Imperio desierto nos ofrece una delicada, pudorosa y elegante relación amorosa que dice mucho más por lo que calla y por sus silencios, tejida de gestos inadvertidos para casi todos excepto para Gatti.
Al comienzo de la novela, la abuela de Ignacio se manifiesta como un personaje de índole simbólica que le descubre que la realidad está fragmentada en una multiplicidad de mundos posibles y el poder de la imaginación capaz de crear otra realidad verdadera desde la vida de los sueños y de las ilusiones de la ficción.
El novelista es para Mayrata un mago que da vida a unos personajes que saca de su sombrero y que, como el prestidigitador en un capítulo al final de la obra, trata de hechizar a los espectadores adivinando la carta de su futuro, que resulta ser el rey de bastos, anuncio de la marcha verde de Marruecos. De repente, parece que la historia que ha vivido en los dos últimos años ha sido el sueño de una noche de verano y su despertar es la realidad de una inminente guerra.
Reaparece, entonces, el mago y sabio Gatti en el papel del rey Oberon, capaz de descifrar la naturaleza de la realidad que les envuelve, para enseñar a Ignacio la carta que el azar le tiene reservada, la dama de corazones.
Acierta Gatti al aconsejar a Aguirre que en vez de escribir una historia, en la que no tendrían cabida ninguna de estas vidas, escriba una novela, porque no se puede alcanzar lo verdadero más que en la novela, según nos enseñó Stendhal.