jueves, 20 de noviembre de 2008

Texto de la presentaciòn de Lourdes Ortiz de "El imperio desierto"

Cuando uno termina de leer una novela el “El imperio desierto” de Ramón Mayrata, podría decirse que se queda en los labios, en la boca, un sabor reseco, amargo, como si la misma arena del desierto y los muchos olores que se desprenden de cada una de sus páginas se hubieran infiltrado en nuestro cuerpo, en la nariz, en los ojos. Y es una amargura y una sequedad que proviene también de un cierto sentimiento de culpa, que se va destilando como una pócima perniciosa y creciendo poco a poco en nuestro interior, a medida que avanzamos en la lectura del libro. No quisimos ver.
Gatti, el sabio, escéptico, Gatti, ese personaje inolvidable, que nos devuelve a los grandes héroes desarraigados de las novelas de Conrad: un personaje atrabiliario, inclasificable, único, espía y combatiente, generoso y cínico, escondido en esa distancia de imperturbabilidad que le depara el alcohol y el cuerpo acogedor de las mujeres, ajeno a todo y sin embargo siempre alerta parece mirarnos sonriendo, burlándose de cada uno de nosotros, de nuestra pasividad y nuestra ignorancia. Gatti es un descendiente de esos personajes de las novelas de aventuras que encontramos perdidos en parajes inhóspitos, selváticos o áridos, reducto de los imperios coloniales y es él quien al final del libro le aconseja al protagonista, Ignacio: si quieres que el mundo se entere de lo que has vivido y conocido, no intentes hacer un sesudo y documentado libro de historia. Porque la historia siempre se queda corta, miente, puede ser manipulada, reinterpretada por unos y por otros, como lo pueden ser los documentos. Escribe una novela, le dice. Porque la novela es capaz de proporcionar algo que el documento nunca puede dar, la vida, el aliento de lo humano, la realidad de los hombres y las mujeres, protagonistas pasivos o activos de los distintos acontecimientos, desde su pequeñez o su grandeza.
Y esa novela, esa escritura es la que hoy, después de mucho tiempo, en una nueva edición tenemos entre las manos. Los libros no mueren. Pueden caer en el olvido, yacer en los estantes, pero lo escrito permanece, como permanecía el legado de un pueblo, sus raíces y su larga pero ínfima historia, en esa cajita de plata, que guardaba los versos del cheij y que sostenía la zauia sagrada, asentada así sobre las palabras de Dios, en la que se guardaba como un tesoro la memoria de un pueblo, el desdichado pueblo saharaui. Y la novela está hoy aquí resucitada, sacada del olvido, y, con el paso del tiempo, se ha convertido, se convierte en un alegato, como quizá lo fue en su momento. Pero un alegato que hoy encierra todavía más fuerza. Una fuerza acusadora, que nos hace culpables y nos hace reflexionar. Porque ha pasado mucho tiempo ya de los acontecimientos que allí se narran y la desgracia y el olvido sistemático, la injusticia cometida con el pueblo saharaui, abandonado precipitadamente y de malos modos por la administración colonial franquista, en una decisión cobarde y torpe, que se resguardó en la promesa de un referéndum, nunca cumplido, con el cual los organismos internaciones se lavaban las manos, nos golpea, porque somos tibios y con el tiempo hemos preferido mirar también hacia otro lado.
La novela de Ramón Mayrata, es la historia del joven y prometedor Ignacio, que se ve embarcado en un proyecto, el de reunir los posibles documentos escritos y conservados de la tradición del pueblo del Sahara, proyecto disparatado y que al principio acepta sin saber muy bien a dónde puede conducirle. Pero es la historia al mismo tiempo de ese momento clave en el que se estaba decidiendo en los despachos el destino de un pueblo. El momento en que, ante los vientos descolonizadores, la administración española va a lavarse las manos como Pilatos, y en vez de conceder la independencia soberana al pueblo hasta entonces sometido, ofrece un confuso Estatuto de autodeterminación, aprobado después por la intervención de la ONU, Estatuto que debía conducir a un referéndum. Ese referéndum que todavía 30 años después sigue sin realizarse.
Pero la obra de Mayrata es no sólo un testimonio histórico de aquellos días de tránsito en la colonia, sino que es también y sobre toda un novela que nos transmite , siguiendo los pasos de Ignacio, el latir de las gentes oprimidas de ese pueblo, un pueblo orgulloso de sus antepasados y sus costumbres y amante de su independencia, un pueblo que parecía al margen de la historia, víctima del reparto colonial, sin ciudades, sin grandes hitos, pero consciente de su pasado y de los hombres, santones, guías que ya antes habían afirmado su vocación de pueblo libre , pueblo que había sufrido silencioso la opresión de la administración española, pero no dispuesto a ser integrado como cola de ratón en el reino de Marruecos, al que nunca había pertenecido.
Ignacio se ve atrapado, cautivado por aquellas gentes aparentemente ingenuas, como es atrapado el lector; se identifica con ellos, con sus desvelos y se convierte sin darse cuenta en un agente activo, porque es a él quien corresponde precisamente recoger todos esos testimonios escritos que podrían servir para demostrar la autonomía del pueblo saharaui: poemas, relatos, canciones, textos religiosos. Pero al mismo tiempo Ignacio se ve seducido por aquel lugar, por los hombres del desierto, por el desierto mismo, por la pureza de las gentes y de aquel espacio casi ultraterreno, por aquellos olores, a veces casi nauseabundos, olores de las especias y del mar tan cercano, de las casuchas abarrotadas, de los cuerpos, por aquella atmósfera de pesadilla, en la que se siente perdido, pero al mismo tiempo hermosa en su diversidad; pueblo no contaminado, arraigado en sus creencias, en esa vida de trashumantes nómadas, arrancada a la fuerza por la mano militar de la ocupación española. El, un joven madrileño, se encuentra precisamente, al comenzar el libro, en ese momento clave de la existencia en que todo lo aprendido, lo creído deja de tener sentido, incluso los amores vividos y uno necesita expandirse, abrirse al mundo, descubrir nuevos horizontes. Y allí en el Sáhara encontrará, o creerá encontrar un reducto todavía incontaminado, y vivirá una experiencia intensa junto a aquellos a los que hasta ese momento apenas conocía y conocerá una mujer ya madura, una antropóloga alemana que le romperá todos sus viejos esquemas. Lo mismo que el misterioso Gatti o los saharauis que se convierten en sus colaboradores en su búsqueda. Esos que, al mismo tiempo y sin que él fuera consciente forman las primeras células de resistencia, integradas en el naciente Frente Polisario. Pero también le pondrá en contacto con los cerriles militares de la guarnición española, con sus métodos policiales y represivos y su incapacidad para comprender que su tiempo había acabado, que en los despachos de Madrid se estaba ya diseñando el abandono de la zona y por tanto su destino.
El libro es así también un viaje de iniciación, de ese choque entre culturas y modos de vida que abren los ojos a nuevas realidades y vuelven relativos e ininteresantes aquellos presupuestos de partida. Seguimos a Ignacio en su recorrido , en su aventura desalentadora y esperanzada y al mismo tiempo participamos de su arrobo ante ese desierto duro, hostil y cuna al mismo tiempo, esa luz cegadora, las dunas, el conocimiento profundo y desconcertante para un extranjero que los hombres del país tienen de ese medio, como conocen su ritmo, cada partícula de arena, los animales que en ella viven y se esconden, los ruidos, los silencios, el canto de sus mujeres, ese alarido de jubilo o de tristeza , el sgarit , el grito de las mujeres del desierto.
Pero el libro nos lleva también a ese mundo grisáceo de la dictadura en sus últimos años, a los viejos cafés de Madrid, a los estudiantes y jóvenes más o menos comprometidos en la lucha, los bares que se frecuentaban, los dogmatismos, esa sociedad que también se preparaba para el cambio y que también sufría a su modo los estertores de una larga y oscura opresión. Ese recorrido por los bares, los cafés de entonces no pueden sino producir en una lectora, como yo, una especie de nostalgia, no una nostalgia por lo bueno perdido, pero sí el recuerdo de aquellos años, años de lucha y de promesas por venir. Éramos jóvenes, tan jóvenes como Ignacio o casi. Todo parecía posible. Curiosamente esta semana dos acontecimientos nos llevan hacia aquellos años. El domingo una gran manifestación recorría las calles de la ciudad, pidiendo la celebración de ese referéndum que devolviese a su pueblo, ese pueblo que sufre en Argelia desde hace más de 30 años y dolorosos exilio forzoso. Y ayer mismo, con chascarrillo, chistes o referencias en casi todas las televisiones se cumplían 33 años de la muerte del dictador. Muchas cosas han cambiado en nosotros y en España en ese lago periodo de tiempo. Los más jóvenes apenas saben nada de aquellos años oscuros. Han crecido en democracia y les importan poco las “batallitas” de los abuelos. Y por mucho que ahora se intente rescatar la memoria de aquellos tristes años, esa memoria que al principio y por táctica se sepultó en el olvido y el silencio o en un perdón a todos los desmanes, cargado, por otra parte, de mala conciencia, muy poco tiene ya que ver la España contemporánea (por mucho que algunos intenten reestablecer los años oscuros del nacional catolicismo en sus proclamas y haya resucitado la vieja iglesia censora y represora, la que amparaba bajo palio al dictador) poco tiene ya que ver con aquella España patética, cerrada y gris. Y, sin embargo, las cosas apenas han cambiado para el Sáhara y para el pueblo saharaui que malvive y soporta las duras condiciones de los campamentos de Tinduf.
Y esta novela sirve también como una aldaba que con su sonido nos despierta. Somos responsables. España es responsable, lo son sus sucesivos gobiernos de ese abandono y ese silencio. Fue la administración franquista la que los dejó, de un modo precipitado y absurdo, abandonados a su suerte. Y han sido los sucesivos gobiernos democráticos los que poco o nada han hecho después para forzar una salida rápida y justa a esa situación. Por eso esta novela, esta hermosa novela remueve tripas y conciencias. Es también una aportación a esa Ley de la Memoria Histórica que cojea en su aplicación. Como los poemas y textos que conservaba Fadel en su memoria, tras la destrucción de la zauia, en ese relato que se añade al libro, casi como epílogo. No hay que olvidar. Y es la literatura, como aconsejaba Gatti al joven Ignacio, el mejor medio para transmitir no sólo lo sucedido, sino sobre todo y además la emoción, el pulso de unos hombres y mujeres que son los sufren la historia y a veces la hacen con sus hazañas y sus desafíos.
Lourdes Ortiz . Noviembre 2008

jueves, 13 de noviembre de 2008

Presentación de Sgarit en Casa Árabe. Madrid.

El viernes 21 de noviembre se presentó en Casa Árabe ante un auditorio de 120 personas la colección Sgarit. La Biblioteca del Desierto editada por Calamar Ediciones.
En el acto intervinieron: Miguel Ángel San José, editor de la colección; Javier Morillas, autor del libro "Sahara Occidental. Desarrollo y subdesarrollo" que ha intervenido en cuatro ocasiones en Naciones Unidas, sobre la "Western Sahara Question", IV Comisión de Política Especial y de Descolonización, en los años 2004, 2006, 2007 y 2008; Lourdes Ortiz, escritora, autora teatral, ensayista, finalista del Premio Planeta y Ramón Mayrata, autor de "El Imperio Desierto"

(c) Calamar

Al final de la presentación, el Delegado del Frente Polisario, Sr. Bucharaya Beyun, al que se saludó su presencia en el acto desde la mesa, intervino para resaltar como el pueblo saharaui es un pueblo abierto que rechaza el integrismo religioso y el fanatismo político, y que puede representar un buen ejemplo y un factor de estabilidad política en la región. Sus palabras fueron acogidas con un caluroso aplauso por los asistentes.




Cabe esperar que la buena acogida que tuvo la presentación favorezca el mejor entendimiento y colaboración entre los responsables de Casa Árabe y las distintas entidades de apoyo y representantes del pueblo saharaui, en aras a lograr un mejor conocimiento de la historía, la cultura y la situación política, social y cultural que sufren tanto los saharauis que residen en el territorio del Sáhara ocupado por Marruecos, como los que viven refugiados en la hammada argelina.